Para Boguslaw Schäffer, una composición musical es una obra artística autónoma que puede involucrar discusiones de carácter extramusical. Así, la composición musical es creada a partir de la experiencia personal y profesional de su creador, en cuyo caso obedecerá a las habilidades y herramientas del compositor para explorar los materiales técnica y estéticamente. Igualmente, en el caso del oyente, dependerá de su educación musical, cultural y estética para enfrentarse al objeto sonoro que es reproducido por los intérpretes. El compositor crea un estímulo personal que es direccionado en función a su época, contexto histórico, económico, político y social que le ha tocado desempeñarse.
Schäffer se cuestiona sobre la autonomía de la composición y si se verá o no afectada en el ámbito de lo ‘contemporáneo’, porque los impulsos externos la han puesto en peligro. De hecho, la manera de categorizar la música en la historia proviene de las grandes corrientes sociales y políticas. Términos como Renacimiento, Barroco o Romanticismo no solo encierran un período artístico y técnico de una época; dentro de ellos está encriptado el pensamiento de una sociedad en un momento determinado.
En este sentido, la música está sumergida en las otras corrientes artísticas y del avance científico de su contexto, conservando su propia autonomía en la medida en que las otras manifestaciones así lo desean. Pero la música contemporánea no ha logrado formar parte de los repertorios tradicionales y, salvo esfuerzos de festivales muy puntuales, no es una música de consumo masivo. A pesar de los nichos en los que participa, tiene múltiples formas de expresión y, para quien no conoce los lenguajes, puede parecer como si no hubiera relación entre ellas.
La música contemporánea posee amplia variedad de técnicas y líneas estéticas; paradójicamente, no es igual la proporción de trabajos teóricos dedicados a la nueva música. A partir de esto, el panorama de la música contemporánea se aprecia fragmentado y, durante muchos años, su mejor definición fue amparada bajo el manto de la posmodernidad.
Esto se puede ejemplificar desde la pedagogía de la composición musical. ¿Cómo se enseña la composición? Indudablemente, desde la experiencia. El compositor colombiano Blas Emilio Atehortúa partía de una exposición grupal y general que, de manera gradual, se focalizaba de acuerdo a las necesidades de cada estudiante. Se dice que Johann Sebastian Bach, después de haberles enseñado los rudimentos básicos, obligaba a sus alumnos a tocar, directamente, los preludios y fugas del Clave bien temperado. Schäffer sugiere un proceso de trabajo que involucre tareas cortas, con aplicación de técnicas particulares a través de las cuales el estudiante vaya consiguiendo su propia voz.
Igualmente, afirma el compositor polaco que el futuro de la música depende exclusivamente de sus potencialidades, no de las ideas. Las ideas sobre una obra cambian durante el transcurso del tiempo. Si bien una obra puede nacer o preconcebirse bajo una idea, lo cierto es que la misma se deslastra de la obra con el paso del tiempo. En este sentido, el compositor —a diferencia del productor musical— crea música para el futuro. Será dentro de varios años que se verá la posible circulación o aceptación del trabajo compositivo.
La didáctica de la composición ha partido de la enseñanza de obras del pasado, sus formas, su estilo. Boguslaw Schäffer no subestima este proceso de aprendizaje, pero lo cuestiona en el sentido de que los compositores del pasado afrontaron y resolvieron los problemas estéticos y técnicos de su tiempo. Consideramos que, al igual que en el resto de las bellas artes, debe haber un estudio de las obras del pasado, pero no ha de ser la prioridad por encima de las manifestaciones musicales de los contemporáneos. De acuerdo a esto, las principales fuentes están en partituras, grabaciones, videos y festivales de compositores activos de nuestra época. Lo importante es quebrar el sesgo del repertorio centroeuropeo del siglo XIX con algunos pocos privilegiados del siglo XIX, mostrando otras posibilidades.
De lo que más cuesta enseñar y llevar a cabo, para quienes nos hemos dedicado al oficio de la creación, es definir en palabras en qué consiste nuestro estilo. Es interesante, porque el compositor está por lo general imbuido en su proceso de gestación y creación de nuevas obras, y muchas veces no le interesa la textualización o verbalización de sus procedimientos, técnicas o estilos, sino la aplicación práctica, el resultado ya expuesto en la partitura o fonograma.
Cuando vemos una pintura de Picasso nos enfrentamos a una propuesta estética que admiramos o rechazamos. Es evidente que el artista malagueño no necesitaba un título de licenciado o doctor en Bellas Artes para que su obra sea reconocida. Pero, hoy, el compositor que desea ser legitimado por la academia debe enfrentarse a la producción de un documento escrito en el que explique, en palabras, cuál fue la ruta que siguió para generar la composición.
El artista nos presenta la obra, pero Picasso no escribió cómo fue la articulación de sus ideas, de dónde surgieron sus decisiones y en qué consistió su búsqueda. Para cualquier historiador y crítico de arte, Las señoritas de Avignon (1907) marca un antes y un después en la historia del arte contemporáneo; el artista dejó casi mil bocetos que demuestran una búsqueda de forma, composición, proporción y dibujo en lo que será el resultado final. Paradójicamente, se han escrito miles de artículos y libros sobre esta obra, pero Picasso solo escribió una sola palabra: Picasso.